Un tesoro escondido
Tras el reciente fallecimiento de mi padre, quise contar esta historia a los participantes del Curso Intensivo de Navidad con la idea de motivarles y animarles a trabajar muy duro para conseguir la recompensa. Hacía muy poco que había leído una fábula de Esopo que me llamó enormemente la atención y dice así:
“A punto de acabar su vida, quiso un labrador dejar experimentados a sus hijos en la agricultura.
Así, les llamó y les dijo:
-Hijos míos: voy a dejar este mundo; buscad lo que he escondido en la viña, y lo hallaréis todo.
Creyendo sus descendientes que había enterrado un tesoro, después de la muerte de su padre, con gran afán removieron profundamente el suelo de la viña.
Cuando ya no quedaba rincón por revisar se dieron cuenta de que allí no había nada. Sin embargo, la viña, tan bien removida, dio esa vez muchísimos más frutos”.
En el libro, había una moraleja al final del texto que decía:
Para los hombres el trabajo es su mejor tesoro
Quise empezar el curso de la misma forma que el cuento:
–Feliz Navidad a todos los padres y niños que participan en este Curso de Técnica Individual de Fútbol. Quiero decirles antes de empezar que antes de fallecer mi padre, me indicó que dentro del recinto de la Fundación había un gran tesoro.
Y, mirando a los niños que abrían sus ojos como soles, continué:
–Necesito que me ayudéis a encontrarlo. Cada día me iréis informando de cómo va la búsqueda. Puede estar enterrado en cualquier parte: en el comedor, en el vestuario, en el campo de entrenamiento…
Finalicé la secuencia de avisos y empezaron los entrenamientos. No sabía si aquello había calado en los niños, lo que sí tenía claro es que, por las preguntas que efectuaron, igual que en la fábula, los chicos estaban convencidos de buscar un tesoro material dentro del recinto.
No tenía ninguna intención de corregirles el error y esperaba que, con el tiempo, se dieran cuenta de lo que estaban buscando.
Nada más empezar el curso, los profesores, para centrar a los niños, les explican una serie de normas: la puntualidad para llegar por la mañana, como se lleva la camiseta de entrenamiento por dentro del pantalón (aunque los jugadores de primera división la lleven siempre por fuera), poner esfuerzo e intensidad en los entrenamientos, evitar las palabrotas, respetar y animar al compañero que quizá tiene un nivel inferior al vuestro, intentar conocerse a fondo y hacer amistades durante esos cuatro días del curso, comérselo todo, no tirar la comida, dormir diez horas, desayunar muy fuerte y podríamos seguir con el listado de temas que al jugador, desde un principio, le van marcando.
Durante la mañana del primer día paseo por el campo viendo cómo entrenan los diferentes jugadores venidos de todo el mundo. Son más de cien jugadores y porteros en grupos reducidos. Impresiona verles trabajar con tanta intensidad e ilusión. Pienso que en parte es por la calidad del profesorado (es la clave de nuestra metodología) pero, por otro lado, porque desde un principio hemos marcado las pautas de funcionamiento y los chicos se sienten seguros y motivados para hacer las cosas bien.
Alguno me saluda con la mirada pero no quieren interrumpir ni un segundo la sesión de entrenamiento. En un momento en que el entrenador ha otorgado una pequeña pausa en la sesión para que se hidraten, aprovecho para saludar a varios jugadores que hacía tiempo que no veía e inmediatamente me comentan sus dudas sobre el tesoro. Me preguntan si yo sé dónde está. Mi respuesta es siempre que el mensaje que recibí es muy claro:
–lo encontraréis dentro del recinto de la ciudad deportiva, está bajo vuestros pies–, comento mientras se miran entre ellos con cara de emoción.
Me di cuenta por los comentarios que había calado en los niños perfectamente el mensaje y que ahora se trataba de entendieran su verdadero significado.
En la reunión que tuvimos con los padres, al final del curso, les conté que nuestra metodología se basaba en la motivación constante por conseguir los objetivos que nos proponemos con cada uno de ellos.
Les contaba que los niños pueden actuar de dos formas: con gritos y broncas o con ánimos e ilusión. El primer método es el más sencillo y tiene resultados aparentes a corto plazo pero, en cuanto te giras, siguen haciéndolo mal porque actúan por temor.
El segundo método es mucho más eficaz, pero es más complejo y laboriosos porque has de conseguir que el niño realmente esté dispuesto a darlo todo porque está convencido que es lo mejor. A través de esta fuerte motivación interior, el niño crece y se desarrolla con unos fundamentos muy consolidados que les sirven ya para toda la vida.
Les animaba a aplicarlo en casa con sus hijos porque los resultados son sorprendentes. Los niños, son capaces de hacer muchas más cosas de las que nos pensamos, lo que ocurre es que los vemos pequeños y poca cosa y pensamos que no pueden o que no quieren y no es verdad: ¡¡¡si quieren y sí pueden!!!!
Durante estos días que permanecen con nosotros en el curso, los chicos recogen la mesa del comedor, ayudan al profesor a ordenar el material de entrenamiento, tienen en perfecto estado su vestuario, se preocupan de ayudar a los que no pueden tanto, echan la ropa a lavar, se preparan la ropa para el día siguiente ellos solos, se preocupan de llegar puntuales, se levantan de la cama sin dudarlo ni un minuto, se van a la cama a la hora porque saben que deben descansar…
Y todo lo hacen por una fuerte motivación. Se les ha pedido que lo hagan y se les ha explicado las razones por las que pueden conseguirlo y lo hacen. ¿Y sabéis qué?: sienten una inmensa alegría al conseguir realizarlo pese a que deben poner mucho esfuerzo. Ese es el tesoro que están descubriendo. Un tesoro que tiene un valor incalculable, que vale más que cualquier tesoro material que pudieran encontrar en el recinto.
Recuerdo un padre que cada día me venía a saludar para darme la enhorabuena porque él no había conseguido en toda su vida que su hijo se levantara puntual, comiera de todo, se hiciera la cama, etc.
–Y ahora, en cuatro días lo habéis cambiado–, comenta satisfecho y admirado.
La motivación funciona y es una herramienta esencial para los deportistas, sean jóvenes o no tan jóvenes.
A las 10,30 de la mañana hacemos siempre una parada técnica para recuperarse un poco y tomar un tentempié que nos regenere las fuerzas para seguir entrenando duro. Después de esta parada, reunimos a los chicos en grupos para explicarles el valor del día. Esta semana la íbamos a dedicar a profundizar el la generosidad del deportista.
Existe un programa de entrenamiento y paralelamente un programa de implantación de valores a través del deporte desarrollado por el departamento pedagógico de la Fundación Marcet. Cada día el profesor expone una idea nueva alrededor de este concepto y luego, a lo largo del día, la va introduciendo mediante ejemplos prácticos que van surgiendo en los diferentes momentos de la jornada: entrenamientos, comedor, vestuario, partidos, etc. Va destacando aquello que le parece significativo en relación a lo que ha comentado. El niño va captando perfectamente el mensaje.
La idea que tocaba transmitir es la de ayudar a los demás cuando detectas que lo necesita. Se suele tener preparada una historia o se incorporan ejemplos reales para que se entienda perfectamente y así los chicos participan y cuentan sus experiencias. Dependiendo de la edad, las herramientas son unas u otras.
Luis es un profesor que ha venido por primera vez y que estaba sorprendido y gratamente impactado porque había trabajado en muchos lugares pero nunca se había encontrado una entidad deportiva donde de verdad se trabajaran los valores. En muchos clubes se habla de valores en el deporte pero no se sabe cómo plantearlo en la realidad y se queda en algo genérico. No existe un plan concreto de actuación donde todos los profesores sigan una guía didáctica trabajando de forma sería aspectos tan fundamentales en la formación del niño deportista.
Le pregunté a Luis cómo le estaba funcionando el plan de formación en valores y me comentó lo que él estaba consiguiendo. En su grupo hay un jugador francés. Lamentablemente no habla otro idioma. Lo que estaba ocurriendo es que los niños, sin mala intención, al encontrarse con esta barrera del idioma, se estaban separando cada vez más del niño francés y eso causaba daños graves y no se sentía bien, no se encontraba a gusto, tenía sensación de estar completamente aislado.
Luis fue muy práctico, les explicó la situación intentando que lo sintieran como algo suyo y les hizo imaginarse a ellos en Francia, solos, rodeados de niños que hablan otro idioma que no entienden en absoluto y que les miran, que se ríen y que no se dirigen a ellos para nada, como si no existieran.
Necesitan que alguien le sonría, que le hagan caso. Ese cambio de actitud mejoraría mucho la situación porque he de decir que aunque tenía 12 años, algunos le habían visto llorar y se le notaba triste. Luis decidió que para el día siguiente debían aprenderse 6 palabras en francés cada uno para decírselas y empezar a poder hablar con él.
A los dos días, la cara de Clemente había cambiado completamente. Se le veía feliz y era uno más entre sus compañeros. Las barreras del idioma se habían superado a base de esfuerzo personal y de preocupación por los demás. Los padres del niño francés vinieron a verme para agradecerme el trato que estaba recibiendo su hijo y que era muy feliz.
Yo miraba a los niños del grupo, emocionados con su pequeño éxito, y de nuevo pensé que ya habían descubierto buena parte del tesoro. Iban por buen camino y seguro que no se irían con las manos vacías a sus casas.
Para los niños rusos que acuden a nuestros cursos utilizamos una traductora. Este curso, la traductora era una señora de una cierta edad sin ser muy mayor todavía. Me reunía con los chicos rusos y les contaba la misma historia que los otros profesores. Ella lo iba traduciendo. Sin embargo, al final de la pequeña reunión, los chicos me interrogaron sobre el tesoro. Estaban muy ilusionados por conseguir encontrarlo y les animé a buscarlo bien.
Hablando a solas con la traductora me advirtió que tuviera cuidado porque los niños buscaban un tesoro material y que no lo entenderían. Que debía comprar unas monedas de oro de chocolate y entregarlas al final del curso para cerrar el cuento. Incluso me dibujó unos letreros donde había un cofre repleto de monedas y un letrero con flechas indicando que ahí estaba el tesoro.
Le dije que me parecía bien pero que estaba seguro de que eran capaces de entender, al final de estos días, qué tesoro es el que se iban a encontrar. Poco a poco, los chicos se iban dando cuenta de que los amigos son un tesoro, que cuando das lo mejor de ti a los demás el que sale ganando es uno mismo.
No tardaron en aparecer algunos chicos que empezaban a intuir algo de todo esto. El grupo del niño francés fue el primero que se acercó (luego se acercarían otras muchas personas) a decirme que ellos pensaban que el tesoro que estaban buscando era la amistad. Estaba muy reciente la experiencia con su amigo francés.
Otros me comentaban que el tesoro era todo lo que estaba aprendiendo esto días, lo cierto es que los niños son más inteligentes de los que nos pensamos y no es una decepción para ellos descubrir el verdadero tesoro, todo lo contrario, es una gran satisfacción y un nuevo descubrimiento para ellos.
Cada día escogíamos al jugador más destacado. Ibamos grupo a grupo eligiéndolo. Ellos sabían que los criterios de selección no eran los goles que metían en los partidos sino el esfuerzo que ponían en hacer bien las cosas pequeñas que se van encontrando en el día a día. Desde llegar puntual por la mañana hasta ayudar a otros chicos del grupo cuando lo necesitan. Se valora el esfuerzo, nunca los resultados.
Cada jornada se escogía un nuevo jugador con lo que podéis ver una nueva forma de motivarlos para conseguir objetivos que cuestan mucho esfuerzo personal. Son herramientas pedagógicas que favorecen la estimulación del niño.
Sin embargo, no todos los niños salen escogidos porque no todos son capaces de poner ese esfuerzo diario. Se cansan, pierden la ilusión, les falta ser constantes y se olvidan de sus buenos propósitos. Son niños.
A los padres no nos tiene que preocupar que no haya salido nombrado. A los chicos les explicamos que ellos también han puesto esfuerzo pero posiblemente no tanto como otros del mismo grupo. En lugar de desanimarse, les enseñamos a darle la vuelta a la tortilla y sacar esos pensamientos positivos que pueden ser, por ejemplo, pensar que la próxima vez lo voy a conseguir. Porque los niños tienen la suerte de que van a encontrarse otras muchas ocasiones para seguir intentándolo.
Este es otro gran tesoro que se van a llevar de su estancia en Marcet.
Por la tarde, después de comer, seguimos trabajando los valores utilizando como herramienta el cine. El departamento pedagógico tiene seleccionadas más de 30 títulos de contenido deportivo. Son películas recortadas y adaptadas con la idea de trabajarlas en los cursos. Les encanta y es una forma de conseguir que se enteren mucho más que dando cien discursos.
Hoy escogimos la película titulada: “Un entrenador genial”. Es muy divertida y habla de fútbol que es lo que les gusta. Vamos parando cada vez que sale un tema interesante y se establece un diálogo con los chicos muy enriquecedor. Hay un momento de la película que el entrenador ficha a dos jugadores italianos muy buenos porque no consiguen ganar ningún partido y, a partir de ahí, empiezan a ganarlo todo. Lo que ocurre es que ninguno del equipo está contento porque los italianos juegan ellos solos y no pasan la pelota a nadie. Sin embargo, los dos niños italianos empiezan a dedicar un tiempo de los entrenamientos a enseñarles sus trucos. En ese momento paro la película y pregunto qué les parece. Ellos son capaces de extrapolar el ejemplo a su propia situación y se dan cuenta de que pueden también ayudar a los demás del equipo cuando lo necesitan.
El tesoro que pensaban descubrir está surgiendo poco a poco. Cada vez es más completo. Son conceptos que se les quedan grabados para toda la vida y que les permite tener el criterio necesario para actuar correctamente a lo largo de su vida. Uno no puede ser un egoísta que sólo piensa en si mismo sino que si quiere ser feliz debe preocuparse de los demás.
Siguen las sesiones de entrenamiento. Los profesores mantienen el nivel muy alto. Saben que los jugadores que tiene a su cargo van a responder bien a todo lo que se les pide porque están muy motivados. Tienen ganas de aprender. Muchos comentan que una sesión de entrenamiento en Marcet, con esa intensidad, equivale a muchos días de entrenamiento en su equipo. Acaban cansados pero felices. Cuando vuelven a sus equipos notan que algo ha cambiado en su forma de jugar: tiene más seguridad, más confianza en si mismo, han trabajado la pierna izquierda y la derecha, se sienten capaces de todo y lo demuestran. ¡Cuántos padres nos escriben felices porque su hijo está jugando ahora como nunca lo había hecho antes!
Este también es parte del tesoro que se llevan de la Fundación Marcet.
Tengo que frenar porque esto se está alargando demasiado. Quiero sin embargo, comentaros por último que una de las cosas que más les impactó en su estancia en Marcet fue cuando les explicamos el significado de las tres haches que llevan en su uniforme. H de humildad para seguir aprendiendo; H de honradez para que siempre se pueda confiar en ellos eliminando las trampas y las mentiras para ganar y H de humanidad que nos permite ser, además de buenos futbolistas, mejores personas. Ser conscientes del significado de estas tres haches fue también un descubrimiento muy importante para ellos. Para mi sorpresa, no hizo falta explicarlo muchas veces más. Lo grabaron en sus corazones con la ilusión de ponerlo en practica cuanto antes.
Es comprensible que al final del curso, cuando quise contarles que todos habían colaborado en el descubrimiento del tesoro escondido entre los muros de la ciudad deportiva, entendieran que realmente lo habían conseguido. Era fácil descubrirlo en las caras de felicidad de los padres y de los hijos que estaban ya haciendo planes para volver lo más pronto posible.
No prepares el camino para tu hijo, prepara a tu hijo para el camino.[/vc_column_text][vc_raw_js]JTNDZGl2JTIwaWQlM0QlMjJkaXNxdXNfdGhyZWFkJTIyJTNFJTNDJTJGZGl2JTNFJTBBJTNDc2NyaXB0JTNFJTBBJTBBJTJGJTJBJTJBJTBBJTIwJTJBJTIwJTIwUkVDT01NRU5ERUQlMjBDT05GSUdVUkFUSU9OJTIwVkFSSUFCTEVTJTNBJTIwRURJVCUyMEFORCUyMFVOQ09NTUVOVCUyMFRIRSUyMFNFQ1RJT04lMjBCRUxPVyUyMFRPJTIwSU5TRVJUJTIwRFlOQU1JQyUyMFZBTFVFUyUyMEZST00lMjBZT1VSJTIwUExBVEZPUk0lMjBPUiUyMENNUy4lMEElMjAlMkElMjAlMjBMRUFSTiUyMFdIWSUyMERFRklOSU5HJTIwVEhFU0UlMjBWQVJJQUJMRVMlMjBJUyUyMElNUE9SVEFOVCUzQSUyMGh0dHBzJTNBJTJGJTJGZGlzcXVzLmNvbSUyRmFkbWluJTJGdW5pdmVyc2FsY29kZSUyRiUyM2NvbmZpZ3VyYXRpb24tdmFyaWFibGVzJTIwJTJBJTJGJTBBJTJGJTJBJTBBdmFyJTIwZGlzcXVzX2NvbmZpZyUyMCUzRCUyMGZ1bmN0aW9uJTIwJTI4JTI5JTIwJTdCJTBBJTIwJTIwJTIwJTIwdGhpcy5wYWdlLnVybCUyMCUzRCUyMFBBR0VfVVJMJTNCJTIwJTIwJTJGJTJGJTIwUmVwbGFjZSUyMFBBR0VfVVJMJTIwd2l0aCUyMHlvdXIlMjBwYWdlJTI3cyUyMGNhbm9uaWNhbCUyMFVSTCUyMHZhcmlhYmxlJTBBJTIwJTIwJTIwJTIwdGhpcy5wYWdlLmlkZW50aWZpZXIlMjAlM0QlMjBQQUdFX0lERU5USUZJRVIlM0IlMjAlMkYlMkYlMjBSZXBsYWNlJTIwUEFHRV9JREVOVElGSUVSJTIwd2l0aCUyMHlvdXIlMjBwYWdlJTI3cyUyMHVuaXF1ZSUyMGlkZW50aWZpZXIlMjB2YXJpYWJsZSUwQSU3RCUzQiUwQSUyQSUyRiUwQSUyOGZ1bmN0aW9uJTI4JTI5JTIwJTdCJTIwJTJGJTJGJTIwRE9OJTI3VCUyMEVESVQlMjBCRUxPVyUyMFRISVMlMjBMSU5FJTBBJTIwJTIwJTIwJTIwdmFyJTIwZCUyMCUzRCUyMGRvY3VtZW50JTJDJTIwcyUyMCUzRCUyMGQuY3JlYXRlRWxlbWVudCUyOCUyN3NjcmlwdCUyNyUyOSUzQiUwQSUyMCUyMCUyMCUyMHMuc3JjJTIwJTNEJTIwJTI3JTJGJTJGd3d3LWphdmllcm1hcmNldC1jb20uZGlzcXVzLmNvbSUyRmVtYmVkLmpzJTI3JTNCJTBBJTIwJTIwJTIwJTIwcy5zZXRBdHRyaWJ1dGUlMjglMjdkYXRhLXRpbWVzdGFtcCUyNyUyQyUyMCUyQm5ldyUyMERhdGUlMjglMjklMjklM0IlMEElMjAlMjAlMjAlMjAlMjhkLmhlYWQlMjAlN0MlN0MlMjBkLmJvZHklMjkuYXBwZW5kQ2hpbGQlMjhzJTI5JTNCJTBBJTdEJTI5JTI4JTI5JTNCJTBBJTNDJTJGc2NyaXB0JTNFJTBBJTNDbm9zY3JpcHQlM0VQbGVhc2UlMjBlbmFibGUlMjBKYXZhU2NyaXB0JTIwdG8lMjB2aWV3JTIwdGhlJTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjJodHRwcyUzQSUyRiUyRmRpc3F1cy5jb20lMkYlM0ZyZWZfbm9zY3JpcHQlMjIlM0Vjb21tZW50cyUyMHBvd2VyZWQlMjBieSUyMERpc3F1cy4lM0MlMkZhJTNFJTNDJTJGbm9zY3JpcHQlM0U=[/vc_raw_js][/vc_column][/vc_row]
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Pedro Marcet
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