Aprender lecciones para toda la vida con el fútbol
Esta Semana Santa hemos participado en un Torneo Internacional en Toulouse (Francia) tres selecciones, la del 2001, 99 y 97. La salida se efectuó desde Barcelona en autocar. A las 8,00 de la mañana partíamos hacia Francia ilusionados por lo que nos esperaba en un lugar desconocido para todos nosotros. Estos viajes siempre son una aventura porque no sabes lo que te espera aunque lo lleves muy bien organizado, con varios meses de preparación.
Los jugadores infantiles ya son unos auténticos adolescentes y cuando les comentamos que no hacía falta que llevaran ni teléfono móvil ni dinero, ni aparatos electrónicos, se quedaron totalmente desconcertados. ¿Podremos sobrevivir tres días sin todo esto? No puede ser, debe ser una broma. Les explicamos que el viaje era un gran momento para poder relacionarse con los demás compañeros pues cada uno venía de una ciudad distinta y había muchas cosas de qué hablar. Todos estos aparatos lo que producen es un aislamiento brutal entre ellos y había que aprovechar la oportunidad.
El viaje fue una delicia y los chicos hablaban con unos, se cambiaban de asiento, hablaban con otros. Toda una maravilla. La llegada a nuestro destino fue hacia las 12,30. Visitamos un museo dedicado al espacio que les encantó y nos dirigimos hacia el ayuntamiento de Balma donde nos esperaba el alcalde y el resto de los equipos internacionales que acudían a la cita.
Y es aquí donde quiero pararme para contar una experiencia que me ha impactado mucho y que voy a intentar explicarla tal como la vivimos: Al salir del autocar, nos encontramos una plaza frente a la entrada del ayuntamiento. En la plaza había gente de otro equipo, esperando. Iban perfectamente uniformados con un chandal de color blanco y rojo y todos con las mismas botas. Algo que no pasó desapercibido a nuestros jugadores ya que no es habitual que todos los jugadores lleven el mismo modelo de botas. Nos acercamos un poco más y vimos algo que me llamó mucho la atención. Los desconocidos llevaban una gran bandera de Marruecos y cuatro de ellos aguantaban un enorme cuadro del rey Mohamed VI.
Nos quedamos mirando intentando comprender lo que significaba todo aquello. Los chicos preguntaban por qué llevaban la foto aquella y quién era esa persona. Claramente se podía apreciar que era alguien importante pero desconocido para ellos.
Les explicamos que era el rey de Marruecos y yo intenté ponerme en su lugar y en su cultura para entender la razón de todo esto. Pero antes que nada, les indiqué a los chicos que fueran a saludar al equipo uno a uno y que fueran muy respetuosos con ellos. Era una buena forma de comenzar a aprender algo: respeto y convivencia con otras culturas.
Fue muy bonito ver cómo se saludaban uno a uno entre todos ellos. Los jugadores marroquíes que serían unos 30, permanecían en perfecta formación que no se deshizo a pesar de los saludos. Salam malecum. Habíamos aprendido a saludar en su idioma. Hasta aquí, todo más o menos normal.
Entramos en la sala donde se iba a tener la audiencia y los marroquíes se pusieron en formación: unos de pie y otros de rodillas aguantando el cuadro. Nuestro grupo se puso junto a ellos, esperando al alcalde de pié. Pasaba el tiempo y los chicos de Marruecos se pusieron a cantar. Eran canciones muy alegres que todos conocían. Sonaba bastante bien. Los nuestros quisieron replicarles pero no se sabían ninguna canción. Ellos parecía que habían preparado las canciones antes de venir. Los entrenadores nos miramos y comentamos: nos ganan 1 a 0. Creo que hemos empezado recibiendo un gol por toda la escuadra. Nos están diciendo que esto es más que un partido de fútbol. Es una convivencia donde hay que demostrar que sabes cantar, que sabes comportarte, que sabes disfrutar, que sabes sufrir con alegría.
La espera se alargaba bastante. Preguntamos por qué tardaban tanto en acudir si habíamos quedado a las 18,00 horas y eran ya casi las 19,00 horas. Parece ser que faltaba el cónsul de Marruecos que quería estar en la audiencia. Yo pensaba por dentro la falta de respeto tan grande que algunos políticos tienen porque siempre llegan tarde.
Recordaba la anécdota sobre el árbitro del mundial: “El sábado 24 de junio de 1950 comenzó a jugarse la Cuarta Copa Mundial de Fútbol. Para dicha ocasión, como no podían ser menos, en la ciudad de Río de Janeiro se construyó el estadio más grande del mundo. Se le conocería con el nombre del río que transcurre justo enfrente: el Maracaná. Los accesos del estadio no se habían terminado, pero igualmente, y bajo una pertinaz lluvia, el equipo local y México dieron inicio al torneo. El partido comenzó puntualmente aunque todavía el Presidente de la Nación no había llegado con su familia.
El árbitro inglés George Reader acostumbraba en su país a comenzar siempre los encuentros con puntualidad. Luego explicó que la prensa extranjera y los reporteros de radio estaban sujetos a un horario y que debían pasar sus informes a periódicos y emisoras en un momento fijado. Dos semanas después, cuando se disputó el encuentro decisivo frente a Uruguay, el Presidente, su familia y un montón de otros funcionarios estuvieron sentados en sus lugares veinte minutos antes del horario anunciado para el comienzo del partido”
Una enorme lección dentro del mundo del deporte que una sola persona nos dio a todos pero especialmente a los que se sienten tan importantes que parece que el universo debe pararse a esperarles para demostrar lo importante que es él, sin pensar en el respeto que se les debe a los demás.
Volviendo a nuestro relato, he de aclarar que nuestra actitud empezaba a ser hostil. Amenazamos a nuestro traductor comentando que si no acudía antes de dos minutos el alcalde, nos íbamos.
Nuestros jugadores, cansados, se habían retirado hacia la pared del fondo y se habían sentado en el suelo para descansar un poco. Incluso yo me apoyé en una mesa para estar un poco más cómodo mientras no venían. ¿Y qué hacían los marroquíes? Permanecían impertérritos de rodillas aguantando el cuadro y cantando una y otra canción. No se les veía enfadados por la espera ni cansados aunque seguro que lo estaban.
Se acercó el traductor y me comentó que estos jugadores habían hecho un viaje en autobús desde Rabat hasta Toulouse sin parar y que dormían en un gimnasio que les habían proporcionado. Eran dos días enteros de viaje. El nuestro era un poco más corto.
Toda “la corte” del ayuntamiento empezó a moverse nerviosísima ante nuestra amenaza. Al final, apareció el alcalde y empezaron los discursos, muy bonitos por cierto, aunque un poco vacíos. Los discursos se alargaban y apareció el cónsul que se puso a hablar también. Los marroquíes seguían atentos los discursos y aplaudían a rabiar al final de cada parlamento. Los nuestros simplemente se comportaban. No podía apartar la vista de los chicos que permanecían de rodillas pues es una postura muy incómoda y de gran humildad. Pensaba por dentro la gran lección que nos estaban dando a todos.
Me tocó el turno de los discursos y lo único que se me ocurrió comentar es lo que estaba percibiendo en esos momentos: subí al estrado, miré hacia los chicos de Marruecos y contemplé sus ojos atentos y fijos en mí. Iba a hablar en otro idioma que no era el suyo pero no importaba porque su respeto era enorme. Era una magnífica lección la que me estaban dando esos chicos.
Me dirigí a mis jugadores especialmente y les comenté que estaba fuertemente impactado por lo que estaba presenciando. Cuántas tonterías, que si estoy cansado, que si tengo hambre, que si no tengo almohada para dormir, que si la habitación es pequeña, etc. Delante tenía a 30 deportistas que me estaban dando una magnífica lección de esfuerzo, de respeto, de educación, de alegría y de optimismo. Les felicité y les dije que me gustaría ser como ellos y que estaba aprendiendo muchas cosas en este bonito viaje que acababa de empezar.
Los chicos entendieron el mensaje por lo que se verá más tarde. Estábamos todos fuertemente impactados. La ceremonia terminó y pasamos a otra gran sala donde se servía un aperitivo. Los chicos españoles supieron comportarse con educación pero no se dieron cuenta de que los marroquíes no tomaron nada hasta que no hubo un poco más de espacio. De forma ordenada pasaron más tarde a tomar algo. Una nueva lección de moderación y respeto.
Empezó el campeonato al día siguiente y pudimos seguir aprendiendo cosas porque empezó a llover fuerte y los campos eran auténticos barrizales. Ni una protesta. El esfuerzo de los chicos por mantenerse en pie era muy grande. Iban calados de barro hasta arriba pero lo que más me sorprendió fue la imagen dramática de uno de nuestros jugadores cuando resbaló en una importante jugada y en el suelo dio un fuerte puñetazo al dichoso barro mientras le salían unos lagrimas de impotencia que intentó ocultar. Como estaba muy cerca, aproveché para gritarle: ¡sigue luchando, no pasa nada!
Como muestra del enorme esfuerzo que debieron realizar, en un partido dos jugadores de 12 años, hubo que sacarles del campo con dolorosas rampas debido al gran sacrificio que estaban realizando para mantenerse constantemente en pie en cada jugada. Pensaba que estábamos aprendiendo muchas cosas en este viaje y que sería difícil olvidar lo que estábamos viviendo en estos días.
Nuestros jugadores volvían a sus casas muy enriquecidos por las experiencias vividas y se les notaba muy felices. Mientras, los marroquíes se disponían a realizar un largo viaje de vuelta, cantando, sonriendo. Salam malecum. Gracias por vuestra lección.