Esta es la historia de Lupo, un pequeño barco. Era precioso. Se deslizaba por el agua con una soltura que no era propia de su edad. Desde el muelle, todo el mundo se paraba para admirar a ese pequeño barquito de color azul que se deslizaba por el agua con una habilidad pasmosa esquivando a esos enormes buques que arribaban a puerto majestuosos tras enormes travesías.
Un día, atracó en el puerto un trasatlántico de los más grandes que jamás había visto nuestro protagonista. Cuando quedó bien amarrado, desembarcaron cientos de pasajeros de todos los colores. Luego, se puso a contar a todos los que estaban allí sus increíbles aventuras atravesando los diversos mares y océanos.
Cuando nuestro pequeñín escuchó aquello, se le abrieron los ojos como soles y pensó que había llegado el momento de zarpar y salir de aquel pequeño puerto para descubrir ese mundo maravillosos que desconocía completamente.
A partir de ahora, iba a hacer más caso a sus padres para ponerse fuerte y crecer de tal forma que pudiera resistir las dificultades que seguro le iban a ir surgiendo en su largo viaje. Tenía que ser más grande, más fuerte y más resistente si quería tener éxito. Pero estaba decidido, lo iba a intentar.
Para eso se trazó un plan de salidas cada vez más largas en distancia y duración. Su papá se daba cuenta del riesgo que eso llevaba pero entendía que era la única forma de conseguir que su hijo madurara y se convirtiera en un gran barco. Sin que Lupo se diera cuenta, su papá mandaba a Lucas, una gaviota amiga, para que le informara de sus travesías y así poder ayudarle si surgía algún problema.
Cada vez que regresaba a puerto, volvía feliz por haber conseguido un poco más. Y eso le llenaba de seguridad y le hacía ver que estaba cada vez más cerca el día de la partida definitiva. Lo cierto es que en muchas ocasiones venía cargado de agua porque las olas eran muy violentas, pero pronto aprendió a achicarla. Otras veces llegaba muy tarde porque se había perdido pero, con el tiempo, aprendió a orientarse mejor.
Sus padres veían a su hijo muy feliz contando sus aventuras y sus conquistas como un auténtico lobo de mar. Los días pasaban y el barquito crecía y se fortalecía. Había adquirido bastante destreza para tomar bien el rumbo y navegaba con bastante velocidad evitando las temibles olas que en ocasiones se levantaban furiosas contra su piel.
Otros barcos de su misma edad se quedaban acurrucados junto a sus padres asustados por lo que podía ocurrir. En cuanto se alejaban un poco del puerto, sus padres los llamaban con sus terribles sirenas y los hacían volver. Les aclaraban que eran pequeños todavía y no podían arriesgarse tanto. Pensaban que no eran todavía capaces de navegar contra corriente y que podían ser arrastrados contra los arrecifes. Mejor esperar a que sean mayores.
Pasaba el tiempo y la diferencia entre Lupo y sus compañeros era inmensa. Lupo era mucho más grande que los demás. Tenía ya mucha experiencia en la navegación y era muy valiente. Los otros barcos se veían débiles y muy inseguros.
Cuando se hizo mayor, Lupo fue un barco muy famoso que realizaba grandes travesías. Era capaz de transportar miles de pasajeros además de toneladas de mercancías. Consiguió batir todos los récords mundiales. Sus compañeros, en cambio, eran mucho más pequeños y por su falta de habilidad sólo eran útiles como golondrinas para pasear a los turistas por la costa, sin alejarse mucho. No daban más de si.
Un día Lupo fue entrevistado por una de las televisiones más importantes del país. Y le preguntaron cómo había conseguido convertirse en un transatlántico y él no dudó en su respuesta ni un segundo:
– Crecí, gracias a mis padres.
Protegemos tanto a nuestros hijos por temor a que les pase algo, para que no sufran, porque les amamos tanto que, lo único que conseguimos son niños inmaduros, débiles, incapaces de superar por si mismos las dificultades de la vida.
Nuestros hijos son capaces de realizar muchas más cosas de las que nos imaginamos pero les retenemos, no les permitimos crecer.
Tu, como entrenador de fútbol, también puedes tomar parte en esta historia. Permite a tus jugadores que piensen un poco más. No les digas todo lo que tienen que hacer. Déjales que se equivoquen. Confía en ellos un poco más. La mayor parte de las cosas que les dices ya las saben pero con tu insistencia y tu protagonismo les estás reduciendo sus posibilidades de crecer como futbolistas y como personas.
Son cobardes porque tu los has formado así. No juegan bien porque tu no se lo permites. No crecen porque no confías en ellos. Que tus jugadores puedan llegar a lo más alto y que al final puedan decir con orgullo:
– Crecí gracias a mi entrenador
Crecí gracias a mis padres
Pedro Marcet
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