En este último año, he recibido algunos correos de alumnos de la Fundación Marcet que me cuentan sus experiencias con su equipo actual y muchos coinciden en que echan en falta los comentarios positivos del entrenador: es algo que valoran mucho y les da mucha confianza.
Normalmente son chicos que han estado este verano pasado en un curso de técnica individual en Marcet y se han encontrado con un profesor paciente, intenso, exigente y motivador. Cuando vuelven a sus equipos, se encuentran con el conocidísimo entrenador ganador de ligas que se pone el equipo a sus espaldas con el único objetivo de ganar el campeonato. Y no encuentra otro método mejor que gritar mucho, echar broncas, exigir lo que los jugadores no puede dar, enfadarse porque no sale lo que les ha intentado implantar…
Vamos por mal camino. Dirigir un equipo es algo más que todo esto. Si quieres ganar un campeonato debes conseguir ser un líder positivo de tu equipo, dar buen ejemplo, transmitir unos valores, ser comprensivo, y especialmente motivar mucho a los chicos.
Aunque esto ya lo tenía muy claro, este año he aprendido mucho viendo a mis entrenadores aplicarlo en el campo de juego. Posiblemente no tengan grandes jugadores en el equipo pero saben sacarle el 100% de sus posibilidades y el secreto está en tenerlos motivados.
¿Y cómo lo hacen? Te lo voy a contar para que pueda servirte. Ya te digo que no es sencillo cambiar de actitud sobretodo si no estás convencido de que eso es lo mejor para ellos. Quizá sea mejor empezar intentando que veas lo diferente que es todo cuando a un chico lo tienes motivado.
Normalmente, cuando un jugador sale al campo y se encuentra con los berridos del entrenador, lo primero que hace es cohibirse. Se bloquea totalmente y ya no es el que es. Lo único que intenta es hacer lo mejor posible lo que quiere el entrenador. El problema está en que no coinciden ambos quereres y el resultado es un desastre. Tiene miedo a fallar al entrenador y, antes de meter la pata, espera las indicaciones que le dan desde la banda para hacer lo que esperan de él. No lo que él piensa que debe hacer.
El protagonista del partido es entonces el entrenador que dirige a sus jugadores como si fueran marionetas. Tu, muévete allí, tu pasa allá, repliégate ya, busca la línea de pase, cambia el juego a mengano. De esto hablaremos más tarde.
Lo que ahora quiero resaltar es la actitud del entrenador ganador que piensa que gritando a sus jugadores va a resolver los errores que cometen. Lo vemos constantemente en los campos de fútbol como también lo vemos en la tele con los equipos profesionales. Hay entrenadores de primera división que parece como si no confiaran en sus jugadores porque no dejan de dar instrucciones a pesar de que muchos ni las oyen. Todos saben lo que tienen que hacer porque ya lo han repasado cientos de veces en los entrenamientos pero no saben estar en el campo de otra forma. Se sienten protagonistas de la película.
En el caso de ser un niño, esos gritos posiblemente afecten más que a un adulto y no le ayudan en nada. Por lo tanto, ese entrenador que lo que quiere es ganar ligas y se pone a gritar como si estuviera enloquecido, lo que consigue es todo lo contrario y lamentablemente obtiene un bajo rendimiento de sus jugadores. Consigue lo contrario de lo que se propone. Y eso es un motivo más para seguir enfadándose cuando no se da cuenta que toda la culpa es suya.
Normalmente esto pasa porque algunos de los entrenadores que se sacan el título en la federación correspondiente, puede ser que sepan mucho de tácticas y estrategias, pero no tienen ni idea de los que es un niño y cómo hay que tratarlo para conseguir lo mejor de él. Muchos aplican lo que hacen los grandes entrenadores tipo Simeone y se lanzan al ruedo pensando que son el no va más del fútbol mundial.
No estoy hablando únicamente de gritos sino que la actitud de este tipo de entrenadores es abroncar cada error del jugador, manifestar desesperación por su fallo, sacarlo del campo, amenazarlo, ridiculizarlo delante de todos… Justo lo que un experto en comunicación, motivación y liderazgo diría que no se debe hacer.
Pero ¿es que no se da cuenta del tremendo ridículo que está realizando? En el fondo, toda esta farsa significa: incompetencia, ignorancia, falta de preparación y desconocimiento de las herramientas adecuadas para trabajar con eficacia con jugadores en formación.
Esto es lo que me cuentan con toda confianza en los correos que recibo y en las conversaciones que mantengo con jugadores que están siendo castigados con entrenadores ganadores. Recuerdan su estancia en Marcet gratamente porque su entrenador le corregía de forma distinta: sus consejos son con un tono que lo dicen todo. Dice que confía en mí, que lo hago bastante bien, que está contento conmigo, que valgo para este deporte, que lo hago bien pero que todavía puedo mejorar en esto y en aquello. Todo esto dice el tono de voz del entrenador.
Un entrenador que quiere conseguir lo mejor de sus jugadores debe tener la paciencia suficiente para no desanimarse si sus jugadores no hacen las cosas bien, paciencia para darle la vuelta a la tortilla y hacerle ver que la otra mitad de las cosas sí las hace bien y que hay que seguir trabajando fundamentándose en sus puntos fuertes para corregir los débiles. Paciencia para saber detectar cuándo uno de esos objetivos marcados empiezan a funcionar. Paciencia para transmitir con optimismo la situación real. Sin engaños pero de forma positiva.
Cuando no pones tus objetivos principales en la victoria y los depositas en la formación del jugador para que con el tiempo, como consecuencia de esta mejora, gane, entonces estás en la postura idónea para ayudar a tus jugadores. Pero si lo que te has propuesto como prioridad es la victoria, es lógico que termines siendo un entrenador ganador de ligas tal como hemos descrito antes.
Os contaba que este año he aprendido mucho de mis entrenadores porque cuando los ves dirigir el entrenamiento, te das cuenta de que los quiere y les aprecia aunque es exigente con ellos porque una cosa no quita la otra. También descubres que no hay gritos ni broncas. Sin embargo hay mucha disciplina: todos llevan la camisa por dentro y pocas veces hay que decirlo, llegan puntual, se respetan, trabajan los valores que rodean al fútbol, hay muy buen humor hasta que empieza el entrenamiento y, entonces, se terminan las bromas y se imprime una intensidad y una concentración excepcionales.
Te das cuenta que el entrenador les hace pensar, no intenta imponer sino que procura convencerles; suele explicarles las cosas según su experiencia pero procura razonarlas; les permite que se equivoquen porque sabe que será la mejor forma de seguir creciendo, les da la seguridad de que no pasa nada si se equivocan porque la siguiente ocasión lo harán mejor.
Cuando comienza el partido, el entrenador procura no transmitir ningún tipo de nerviosismo porque sabe que esto es lo más contagioso que hay. Por el contrario, los relaja con palabras expresadas con suavidad y confianza. Sabe lo importante que es la comunicación en esos momentos.
Durante el partido, procura permanecer callado. Sabe que ahora son ellos los que tienen que hablar con hechos, con su juego. Si el partido no está saliendo bien, intenta realizar algunos ajustes. Al permanecer concentrado visionando el partido, es más sencillo leer el planteamiento táctico del rival y, como consecuencia, responder con eficacia si es necesario. Cuando gritas mucho , pierdes la posibilidad de leer con calma lo que está pasando en el partido porque te dejas llevar por tus sentimientos que te ciegan.
Nunca se enfada con sus jugadores porque hagan algo mal. Su lectura en esos momentos es positiva y procura animarlo con frases muy ponderadas:
– Muy bien intentado, la idea es buena aunque no haya salido –mientras da unas palmadas de ánimo.
Dentro de la cabeza del niño, recibir este tipo de inputs, es de gran ayuda porque, como decíamos antes, ante sus errores, se siente fortalecido y no se viene abajo. En cambio, con el entrenador ganador de ligas, ante ese mismo fallo, el niño hubiera recibido una fuerte bronca por haber perdido una oportunidad de ganar un partido y, como consecuencia, lo que produce en el niño es una enorme decepción que en lugar de tirarle hacia arriba, lo desanima más. O sea, a la decepción del fallo se le añade la otra decepción por el grito del entrenador con lo que estás yendo en contra tuya. Y esto, tan elemental en el mundo de la educación, no ha quedado nada claro en el mundo de la competición formativa.
No quería termina el artículo sin comentar una situación de partido que para mí ha sido clave para entender este enfoque positivo de la formación en el deporte.
Estábamos participando en un Torneo bastante importante y, faltando pocos minutos para terminar el partido, uno de nuestros delanteros se colocó delante del portero rival completamente solo. Era muy complicado fallarlo pero lo hizo. Eso significaba no clasificarnos para la fase final. El delantero al darse cuenta de lo que había hecho, se puso las manos en la cabeza y miró de reojo a su entrenador. Yo estaba al lado y puedo certificarlo. El entrenador se levantó del banquillo y se acercó al chaval para aplaudirle y animarle: quería manifestarle que no pasaba nada, que lo siguiera intentando. Eso le levantó la moral inmediatamente y a pocos segundos del pitido final del árbitro, consiguió meter el gol que nos clasificó para la final.
¿Qué hubiera pasado si en lugar de tener un entrenador motivador hubiera tenido un entrenador ganador de ligas? Posiblemente el partido no se hubiera ganado porque el chaval tras el fallo y la monumental bronca que hubiera recibido, estaría sin posibilidades ni fuerzas para seguir luchando hasta el último segundo.
Dos maneras de ver el fútbol muy diferentes. Tu escoges.
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