He querido resumir en esta pequeña historia algunos de los mensajes que he recibido en estos años en mi blog y otras experiencias vividas junto a los padres novatos que empiezan en esto del fútbol. Puede ser que tu estés leyendo este artículo y tengas alguno de los problemas que he destacado en la historia y otras que seguiré contando en los siguientes artículos.
Tengo un hijo de 6 años que llega cada día del colegio con moratones en las piernas, completamente desmelenado y con una sonrisa en la cara porque ha metido un golazo en el patio del colegio.
Me está pidiendo a gritos que le apunte a un equipo. El fútbol no me apasiona y soy reacio a todo lo que veo por la televisión. Quiero disuadirle para que se apunte a natación, kárate o ajedrez y que se olvide del fútbol.
Pero al poco tiempo de inscribirlo en alguno de estos deportes, veo que el niño sigue insistiendo en que lo que él quiere es jugar al fútbol y que le apunte en un equipo. No he conseguido ni mucho menos hacerle olvidar su gran deseo.
Como lo veo pequeño todavía, lo inscribo en el equipo del colegio pero un día me vino el niño diciendo que se aburría. Voy a verlo y me doy cuenta de que aquello es más una guardería que un equipo de fútbol.
Después de hablarlo con la mujer, decido llevarlo a un club cercano a cinco minutos de casa aunque antes hago una visita con mi hijo para verlo directamente y comprobar si realmente el niño se va a poder adaptar a este deporte. Lo veo muy pequeño todavía.
Entro en la instalación y al niño se le abren los ojos al ver un campo tan grande que apenas puede divisarse el final. Increíble. Mi hijo está impresionado. Es un sábado por la mañana y hay partidos. Nos sentamos en las gradas.
Los niños corren intensamente a por el balón pero, a diferencia de lo que vi en el colegio, cada uno sabe lo que tiene que hacer en el campo y siguen las instrucciones de un enérgico entrenador con una voz muy potente. Todos van perfectamente uniformados y el entrenador también. Parece un equipo profesional.
Me acerco a la oficina para pedir información. Les comento el caso de mi hijo que quiere jugar al fútbol y no sé si es muy pequeño para empezar. Me atiende el responsable de la instalación. Mira al niño y me confirma con una sonrisa que es la mejor edad para empezar mientras me enseña una foto de otros niños más pequeños que el mío, jugando al fútbol.
Me informa de las cuotas y de los horarios y al poco tiempo participa en un primer entrenamiento. El día anterior a la cita, mi hijo pasa una noche horrible. Está muy nervioso. Por la mañana lo dejo en el colegio y le comento que por la tarde lo pasaré a recoger puntual para ir al primer entrenamiento. Lo veo muy serio pero no le doy mucha importancia.
Al día siguiente, le recojo en la puerta del colegio pero me doy cuenta de que me está esperando la profesora. Me pregunta qué le pasa a mi hijo, si hay algún problema en casa porque hoy estaba muy violento y se ha peleado con algún compañero, cosa que no había hecho antes.
Le agradezco su preocupación y le confirmo que todo va bien en casa. No le doy mucha importancia. Me imagino que está preocupado por saber cómo saldrá lo de esta tarde.
Mientras vamos caminando hasta el club, se va comiendo un bocadillo y charlamos. Me sorprende diciéndome que no quiere ir a entrenar, que prefiere ir a casa. Le miro desconcertado y me enfado.
–Hemos quedado con el entrenador y no podemos fallarle. ¿No es esto lo que querías? Pues ahora hay que ir. Si no te gusta, lo dejamos al final de la temporada. No hay vuelta atrás.
Cuando llegamos al club, se agarra a una barandilla y se niega a seguir avanzando. Le miro y le indico que se deje de tonterías.
–Vamos al entrenamiento sí o sí. No hay vuelta de hoja.
Tardamos bastante en la discusión. Sigue llorando y la verdad es que no sé qué hacer. No entiendo que toda su ilusión haya desaparecido de repente. Su comportamiento me llama la atención porque no es así normalmente.
Llegamos tarde a la cita y todos los niños están ya entrenando. El mister nos saluda mirando el reloj como diciéndonos que no son horas de llegar al entrenamiento. Descubre algunas lágrimas en la cara del niño y se da cuenta de lo que pasa.
Empieza a entrenar y me coloco en la grada, junto a otros padres. Les saludo y me presento. Enseguida me reciben con muestras de cariño, aunque no todos. No entiendo qué es lo que pasa o si he hecho algo que ha sentado mal a algún padre. Les cuento la reacción de mi hijo y sonríen.
–No te preocupes, algo parecido nos ha pasado también a nosotros en el inicio.
La conversación avanza. Me hacen preguntas que yo desconozco por ahora: de qué juega mi hijo, en que categoría estaba el año pasado, etc. Y cuando ya saben todo de mi, empiezan a contarme muchas cosas que no entendí: las distintas ofertas que habían tenido de otros clubes, su relación con no sé que jugador de fútbol profesional, que el entrenador le ha prometido jugar partidos en el “A”, que doblará partidos…Ante tanta información desconocida lo único que se me ocurre es decirles:
–lo siento pero es que yo soy nuevo en esto del fútbol y no sé nada.
Mientras hablo con los padres, no pierdo el ojo a mi hijo. El pobre va más despistado que nunca y parece más torpe de lo que realmente es. No le sale nada y se le ve muy nervioso.
Como es el primer día y veo a tantos padres en las gradas he decidido quedarme pero mi intención es dejarlo entrenando mientras yo hago unos recados o voy a recoger a mi hija que estudia segundo año de solfeo.
–Mira, ya está el entrenador corrigiendo otra vez a mi hijo, –comenta uno de los padres que se ha sentado a mi lado. Le tiene manía y eso que es uno de los mejores jugadores del equipo.
–Podía dedicar más tiempo a entrenar jugadas de estrategia,– comenta otro que está detrás, en un escalón superior. –No somos capaces de meter un gol de córner en lo que llevamos de competición.
Yo me quedo pensativo. En pocos minutos han dejado al entrenador para el arrastre y es el entrenador de sus hijos. No entiendo nada y espero que no sean todas las tardes igual.
Me imagino que están enfadados por algún motivo importante y no le doy mucha importancia aunque salgo del entrenamiento muy preocupado. ¿Es que no tienen nada que hacer? ¿cómo se les permite todo esto? ¿Dónde me he metido? Bueno, en el fondo, lo hago todo por mi hijo. Yo a lo mío.
Termina el entrenamiento e intento hablar con el entrenador pero me dice que está prohibido comunicarse con él. Que si quiero algo, que hable con el coordinador que me atenderá:
–Yo me dedico a entrenar y no quiero saber nada de los padres,–aclara el mister.
No me lo puedo creer. Vengo por primera vez con mi hijo y no puedo hablar con la persona que le ha entrenado. Necesito saber si realmente lo ha aprovechado y si vale la pena seguir viniendo.
—Por cierto,–dice el entrenador mientras se va a su vestuario, cómprale unas botas de fútbol para el próximo entrenamiento. No puede jugar con estas zapatillas de tenis.
Voy en busca del coordinador para preguntarle qué es lo que debo hacer y si cree que mi hijo puede seguir viniendo. Al ser tan pequeño no sé si se va a adaptar.
–No te preocupes, el niño lo hará bien, déjale que se espabile él solo. Se irá adaptando a su nueva situación y acabará jugando al fútbol muy bien.
–El tema es que yo no entiendo mucho,– le comento, y tengo miedo de que no se adapte o que no se le dé bien este deporte. La verdad es que le encanta el fútbol pero, claro, quizá esto es mucho para él. Nunca ha jugado tan en serio. Lo hacía en el colegio aunque allí se aburre…
–Mira, estate tranquilo y ten un poco más de paciencia. Ya verás como se adapta muy bien.
El camino de vuelta a casa es en silencio. Le pregunto cómo le ha ido y él enseguida me comenta con mucha naturalidad que muy bien aunque muchas cosas no las entendía.
Parece que se le ha quitado el miedo a pesar de lo mal que lo ha hecho pero eso parece que no le importa mucho. Soy yo el que está preocupado.
El sábado nos fuimos a comprar unas botas de fútbol a una tienda de deportes. Había tantos modelos diferentes que no sabía qué escoger. Mi hijo las iba mirando todas y sabía perfectamente las que usaba Ronaldo, Messi y compañía.
Con cordones, sin cordones, con tacos de aluminio, con pequeños tacos de goma, con muchos tacos, para hierba natural, para hierba artificial, de piel, sintéticas…¿Y cómo sé lo que debo comprar? Me atiende un empleado y de nuevo recurro a mi observación habitual:
–Por favor, ¿puede ayudarme? Soy un padre ignorante en esto del fútbol y mi hijo quiere unas botas. ¿Cuáles son las adecuadas?
Con paciencia el empleado me explica un montón de cosas que nunca hubiera podido ver en unas simples botas: cámara de aire, amortiguación, refuerzos en la puntera, flexibilidad, traspirables, sensibilidad… y podríamos seguir con cientos de adjetivos más. Nos quedamos con la duda y al final compramos unas amarillas que a mi hijo le llaman especialmente la atención.
Aprovechamos el fin de semana para estrenar las botas e ir dándole patadas al balón en un parque cerca de casa. Intento enseñarle algunas técnicas que he leído detalladamente en internet para que el lunes, en el entrenamiento lo haga mejor.
Cada vez que golpea el balón le hago un montón de correcciones y le explico detalladamente cómo debe hacerlo, pero mi hijo se cansa rápido y me deja muy claro que lo único que quiere es jugar y que me deje de rollos. No sé qué hacer. Estoy bastante desconcertado.
Mi hijo ya ha empezado a jugar sus primeros partidos y lo han colocado de delantero. Se pasa casi todo el parido en el banquillo y cuando sale al campo yo le veo muy perdido. Los padres con los que comparto el partido hacen comentarios en voz baja pero entiendo lo que deben estar diciendo.
Lo paso bastante mal porque veo que la culpa de todo lo que ocurre en el campo es de mi hijo que no sabe jugar como el resto. Los padres se ponen nerviosos porque parece como si jugáramos con uno menos. Realmente lo paso fatal y no sé qué hacer en estas situaciones.
Cuando termina el partido, procuro animar a mi hijo y puedo comprobar cómo se junta el grupo de padres, aprovechando que yo estoy lejos, para hablar de la situación y, supongo, de lo desastre que es mi hijo jugando.
En el camino de vuelta a casa siempre procuro corregirle y le comento lo que voy aprendiendo de los propios padres: has de poner más el cuerpo y entrar más fuerte, no debes tener miedo al contacto físico, baja a defender cuando nos atacan, hay que levantar la cabeza para pasar la pelota…
Son tantas cosas las que le digo que creo que le vuelvo loco. Y lo peor es que lo pasa mal conmigo porque creo que le exijo demasiado. Pero claro, lo que no sabe es lo mal que lo paso yo en las gradas. No sé si hago bien con tanta charla. Quizá espera algo diferente de mí. El tema es que le noto algo distanciado y cuando ya me callo, me coge de la mano y sigue caminando.
Una de las experiencias que estoy teniendo con el fútbol de mi hijo son los gritos de los padres. Cuando hablas con ellos los ves educados, buenas personas pero cuando empieza el partido se produce una transformación y pasa a convertirse en una especie de energúmeno lleno de ira y falto de toda objetividad. Me los quedo mirando y no me lo puedo creer. ¿Es esto algo normal? ¿Realmente he de pasar por este trago para que mi hijo juegue al fútbol?
Van pasando las semanas y los meses y, poco a poco, mi hijo juega mejor. Realmente el coordinador del club tenía razón y con el tiempo el niño se ha ido adaptando. También yo he ido cambiando. Todavía recuerdo cuando mi hijo metió el primer gol. Dí un salto descomunal y grité por primera vez. Mi hijo vino directamente a abrazarme y me sentí feliz.
Cada vez me parecía más a el resto de los padres. Mi ilusión, ahora, estaba centrada en que mi hijo llegara a ser un gran futbolista. Sí, aunque no me lo creyera, por dentro pensaba en esto porque cada vez lo hacía mejor.
Y eso provocó un aumento de estímulos por mi parte para conseguirlo: más consejos a mi hijo antes de los partidos, comentarios continuos en el juego, broncas después de los encuentros por los errores cometidos, promesas y regalos por los goles conseguidos. Me estaba convirtiendo en su manager, su entrenador y el niño alucinaba conmigo.
Yo pensaba que todo iba bien hasta que un día, salió del vestuario llorando. Yo pensaba que había tenido alguna mala experiencia con algún niño del equipo. Preocupado le pregunté quién le había pegado y la respuesta me dejó desconcertado:
–No papá, nadie me ha pegado, eres tú el culpable. Ya no quiero seguir jugando al fútbol. No lo aguanto más.
¿Qué he hecho? ¿Dónde me he equivocado? ¿Alguien me puede ayudar? Soy un padre nuevo en esto del fútbol y no sé lo que me está pasando…
2 comentarios en “Soy un padre nuevo en el fútbol ¿Alguien puede ayudarme?”
No me siento muy identificado con el padre, aunque si me sorprendio un dia mi hijo de 7 años, nos pidieron que jugara con el benjamin de 8 porque faltaban jugadores, y el me dijo que no queria, yo le explique que el equipo lo necesitaba y que debia corresponder con responsabilidad, finalmente jugo y lo disfruto. Siempre le digo que lo importante es aprender, esforzarse y disfrutar, que no importa tanto el resultado, y por supuesto que respecto al futbol a quien tiene que hacer caso es al entrenador, ni a otros padres ni tampoco a mi.
Me parece muy bien lo que le comentaste a tu hijo. Piensa que es con tu ejemplo con lo que se queda. Ya puedes decirle muchas cosas que si no va acompañado con el buen ejemplo de su padre, aquello no le convence. y se dan cuenta de todo. Absolutamente de todo.