Una infancia perdida con el fútbol. Estoy hablando de entrenadores impacientes que buscan únicamente la victoria. Me pongo en la mente de un jugador para que entiendas todo lo que pasa en esos jóvenes futbolistas.
Estoy muy nervioso. Dentro de una hora juego con mi equipo de fútbol mi tercer partido de liga. No vamos muy bien pero yo creo que la culpa no es del todo nuestra. Yo creo que mi entrenador también la tiene.
Mi entrenador sabe mucho y me enseña cosas que yo desconocía. Sin embargo, hay algo que no me gusta nada de él. No sé cómo explicarlo… pero es así. El hecho de que ahora yo esté tan nervioso es porque tengo miedo de fallarle.
Ya he llegado al vestuario. El ambiente entre mis compañeros me dice que sienten algo parecido a lo que me pasa a mí. El entrenador tiene preparadas todas y cada una de las jugadas y nos repite en el vestuario el mismo discurso de siempre.
Como ya nos conoce, nos va machacando todo aquello que sabe que vamos a hacer mal, por si acaso se nos olvida. Lo único que consigue es que salga más deprimido al campo. ¿Fallaré o no fallaré?
Sobretodo, lo que más me preocupa es lo que me dirá durante el partido. Ahora está muy calmado y se muestra simpático. Incluso sonríe y hace alguna broma. Pero todos sabemos que cuando empiece el partido, la cosa cambia.
A mí me gustaría hacer cosas que se me ocurren en el partido pero es complicado porque en cuanto empieza, he de tener el oído bien abierto para escuchar lo que me dice el entrenador porque es lo único que importa. He de hacer los que él me diga porque si no lo hago, me cae el primer berrido.
¡Con la ilusión con la que voy al partido y tengo que soportar esas broncas de mi entrenador! Un día me daré la vuelta y le diré que salga él al campo, que ya estoy cansado de jugar así. Y luego dejaré el fútbol porque esto es insoportable.
Empieza el partido y me siento agarrotado. Me llega el balón y ya oigo a mi entrenador que me indica a dónde debo pasarlo. Parece que juegue detrás de mi cogote todo el partido. ¡Pero si ya lo sé! No hace falta que me lo digas. ¿O es que quizá no confías en mí?
Cuando suelto el balón hacia donde me indica, ya estoy escuchando la siguiente orden insinuando hacia dónde debo moverme ¡No puedo más! Esto parece más una partida de ajedrez. El entrenador va moviendo las fichas hasta que consigue el jaque mate.
Me siento como si fuera un robot. Funciono de forma teledirigida por mi entrenador. ¿Es que no confías en nosotros? ¿Acaso piensas que sin tu gran inteligencia y tus enormes conocimientos no podemos hacer nada?
Me encantaría que un día te callaras y nos dejaras jugar a nosotros solos. Seguro que tendremos fallos pero serán nuestros fallos. Y podremos corregirlos la próxima vez porque así se aprende, pensando, tomando decisiones propias.
Quizá te falta paciencia y piensas que nuestra falta de capacidad has de suplirla con tus grandes conocimientos del fútbol. Pero lo único que consigues es que al final del año no hayamos aprendido a jugar al fútbol. Lo único que hacemos es movernos como nos vas indicando.
Lo malo es que los padres están emocionados con mi entrenador porque nos mete mucha caña y en los partidos grita mucho “demostrando” sus enormes capacidades. Si supiera mi papá lo mal que me siento en cada partido porque no puedo jugar mi fútbol.
Nos acaban de meter un gol. Éste es uno de los peores momentos porque el entrenador escoge siempre a uno de nosotros como cabeza de turco. La bronca es monumental. El pobre chaval no sabe dónde ponerse.
Lo verdaderamente lamentable es que la jugada la dirigió por completo el entrenador y nosotros hemos ido ejecutando lo que él nos iba diciendo. En lugar de reconocer su error, lo esconde de nuevo con comentarios y aspavientos en contra del pobre defensa, consiguiendo desanimarnos más todavía.
Justo ahora, cuando el defensa que falló el pase necesita un poco de apoyo, es cuando más lo hundes. ¿No te das cuenta de que en algunos momentos eres un elemento que juega en contra nuestra?
Si ya cuesta animarse cuando te meten un gol, díme qué favor nos hace esta actitud tuya. Es como si fueras contra nosotros. Como si el equipo contrario jugara con uno más. Es de locos la situación.
Yo echo de menos en esos momentos un poco de comprensión y de ánimo por parte del entrenador. Justo en el momento que lo necesito más. No me ayuda nada ese grito y esos gestos. Me hunden más. Lo peor es que te das cuenta de todo pero no quieres cambiar.
Ayer vi el partido de otro equipo donde están bastantes amigos míos y me quedé admirado de las jugadas que realizaban entre ellos. Se les veía jugar completamente sueltos. El entrenador seguía el partido con una gran tensión pero sin radiarles ni una sola jugada. Eso es lo que me admiró. Ojalá yo tuviera un entrenador así.
Es verdad que corregía algunas situaciones de partido, especialmente algún error de colocación en el campo, porque desde su situación puede apreciarse mejor. Pero no les decía lo que tenían que hacer en ningún momento. Y, si se equivocaban, se callaba porque se daba cuenta de que ese no era el momento de corregir. Para eso están los entrenamientos. Al contrario, les animaba recordándoles que la próxima vez seguro saldrá mejor.
Lo que más me sorprendió fue una jugada en la que, solo, delante del portero, el delantero falló. Ni una recriminación. Todo fueron ánimos y aplausos para conseguir mantenerlo activado. Al poco tiempo ese delantero marcó. Estoy seguro que si el entrenador le hubiera recriminado el error, como hace el mío, no le hubiera podido sacar tanto rendimiento a su jugador.
Estos niños, además de ganar más partidos, al final del año habrán aprendido mucho más que nosotros porque su entrenador les deja pensar, tomar decisiones y equivocarse. El error es la base del aprendizaje y eso lo tiene muy claro.
Y lo más importante es que se les ve que se divierten jugando. Yo todavía no he conseguido divertirme en ningún partido. Juego agarrotado y con mucho miedo a fallar. La verdad es que me gustaría cambiar de equipo, aunque sea una categoría más baja, para poder divertirme como ellos
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