Una moda peligrosa: "el todo vale"

 

Es evidente que toda educación requiere autoridad. Sin embargo, es bueno que aclaremos que no podemos confundir la autoridad con el autoritarismo basado en la violencia física ni en la humillación.
Entendamos mejor la autoridad como el PRESTIGIO capaz de garantizar un orden básico. 
Si tuviéramos este concepto claro, el eterno debate de la autoridad quedaría zanjado. Además, se precisa información moral sobre lo que está bien y lo que está mal para que la norma de conducta no sea la ausencia de toda norma, el todo vale.
Preguntando a los profesores cómo aplican ellos esa autoridad, me contestó uno que él lo que hacía era dejar claras las normas de convivencia:
  • respeto entre los compañeros,
  • orden en el vestuario,
  • puntualidad en los actos,
  • cuidado del material deportivo,
  • llevar bien el uniforme de entrenamiento,
  • etc.
Y eso lo exigía al máximo. Los chicos inmediatamente respondían bien porque tenían claro qué es lo que debían hacer: estaban bien informados.
La autoridad supone transmitir la obligatoriedad de unas pautas y valores fundamentales, de unos criterios que ayudarán a construir personalidades equilibradas, capaces de obrar con libertad responsable.
Cuando a los chicos se les marca con seriedad unas pautas y dedicamos tiempo a comprobar que se cumplen, suelen responder positivamente porque tienen claro lo que se espera de ellos.Necesitan esa seguridad que te dan las normas de juego.
Sin embargo, si aplicamos una tolerancia y una permisividad extrema tal como marca la  educación actual, lo que conseguimos son niños y jóvenes descontrolados que no tienen claros los criterios y viven de la impunidad.
Algún profesor empapado de esas teorías modernas intentó ganarse el prestigio y la autoridad del grupo buscando la cercanía del grupo sin marcarles de cerca las obligaciones y pautas de actuación. Como buenos amigos. Poco a poco el grupo se le iba descontrolando y, cuando quiso cambiar de táctica, ya era tarde porque había perdido la autoridad.
Todos sabemos que la primera autoridad debe ejercerse y aprenderse en la familia y también tenemos claro que esto no siempre sucede. Son muchos los ejemplos que podemos apreciar de padres y profesores que escamotean esa responsabilidad que tienen y se dedican a tratar con sus hijos o con sus alumnos, de igual a igual, como coleguillas sin darse cuenta de que la educación no es ni debe ser una relación entre iguales.
Con los hijos no se puede discutir la necesidad de una atención médica, ni la de comprar un tipo de ropa, ni la necesidad de un cambio de colegio, ni el tipo de alimentación que necesitan. Son responsabilidades de los padres y muchas veces permiten que los hijos sean los que decidan sin darse cuenta que no tienen la posibilidad de tomar decisiones acertadas en muchos temas por falta de información y de criterio.
Da lástima ver a niños que no hacen ni caso de las indicaciones que les dan sus padres que no quieren negarles nunca sus deseos por el miedo a que no sean felices y a perder su cariño. Lo que no saben es que lo que realmente necesitan es una correcta autoridad para sentirse felices y seguros.
Los padres vienen con frecuencia a comentarme que el primer día de curso, su hijo llegó con el miedo y la inseguridad de los desconocido y lo nuevo. Pero que conforme pasaban los días se sentía como en su casa y se le veía muy feliz, muy seguro. Al principio, los padres y los chicos quedan preocupados por las advertencias iniciales que se dan al inicio del curso, ya que son muy exigentes: hay que comérselo todo, hay que dormir 10 horas, deben llevar el uniforme bien puesto, etc. Todas estas normas les proporciona a los chicos la seguridad que necesitan.
Algún chico de los más pequeños me comentaba lo mismo, que el primer día tenía miedo por todo lo que había oído en la presentación del curso pero que ahora era al revés. Estaba encantado con todo. Una forma más sencilla de decir lo mismo.
Sin embargo, hay adultos que se empeñan en proporcionar a los niños y jóvenes una felicidad absoluta y constante. Eso tiene como consecuencia una permisividad e impunidad casi completas.
La mentalidad de estos adultos es la de buscar la armonía familiar o del grupo sin darse cuenta que a la larga esta fabricando un polvorín muy peligroso ya que los niños son insaciables y siempre quierenn más.
Un profesor joven tuvo una experiencia de este tipo en este verano. Le tocó trabajar con preadolescentes y empezó como pudo. Para no crearse muchos problemas, hizo la vista gorda en aspectos que rozaban la autoridad y cuando quiso poner orden, el grupo se le había escapado. Entonces empezó a amenazar con castigos pero no surgían efecto porque en realidad no pasaba nada. Cuando el castigo terminaba, todo volvía a su normalidad. El profesor terminó cansado y vino a verme.
Le expliqué que si los chicos se portaban mal era por su culpa. Ellos necesitan que les marquemos unas normas, que les expliquemos dónde están las fronteras  y si no las marcamos, se sienten inseguros y van buscando hasta donde pueden llegar.
Este profesor tenía que hacer un reset y empezar de nuevo aunque fuera un poco tarde.Debía recuperar la autoridad perdida.
No lo dudó y organizó una reunión con ellos para explicarles las normas de convivencia que quería establecer con ellos.
Si alguno no es capaz de seguirlas hay que atajarlo inmediatamente y explicarle con cariño pero exigiendo con fuerza que lo que hace está mal y que si no cambia tendrá que tomar una seria medida que puede estar en hablar con sus padres para que cambie de actitud o marcharse. Si esto se hace a tiempo, las cosas no se salen de madre.
La falta de autoridad que existe en la sociedad es debido a la ausencia de ésta en los adultos responsables de ponerla en práctica. Es muy fácil ser blando pero las consecuencias son nefastas.
Por este motivo, es inadmisible que un adulto diga que es blando con sus hijos o con sus alumnos porque está demostrando una falta de responsabilidad muy grande.
Tiemblo ante la actitud de muchos abuelos que tanto ayudan en las familias para cuidar a los nietos o llevarlos de un sitio para otro. Veo cómo se les llena la cara de orgullo con su nietecito y cómo les consienten todo aquello que no han consentido a sus hijos. ¡Cuánto daño hacen con su actitud irresponsable! Muchas veces destruyen toda la labor de los padres que, con buen criterio, están esforzándose educándolos en la sobriedad, en el esfuerzo y en la generosidad.
Hay iniciativas verdaderamente sorprendentes en la vida, como la de la Policía de una ciudad norteamericana que elaboró el siguiente decálogo al apreciar la conflictividad de los jóvenes en su ciudad. No tiene desperdicio:
1.  De a su hijo todo lo que le pida. Así crecerá convencido de que el mundo le pertenece.
2.  Si su hijo habla con expresiones groseras, ríale la gracia para animarle a ser más grosero.
3.  No le de ninguna formación en valores, ya los adquirirá él solo cuando sea mayor.
4.  No le llame la atención, podría lastimarle sus sentimientos.
5.  Recoja todo lo que deja tirado, ahórrele todo tipo de esfuerzo, así pensará que todo el mundo debe estar a su servicio.
6.  Que lea y vea todo lo que le apetezca. Cuide la limpieza de sus platos y vasos pero deje que el corazón y la cabeza de su hijo se llene  de basura.
7.  Discutan delante de su hijo, así no se sorprenderá el día en que su familia se rompa.
8.  Dele todo el dinero que quiera gastar, no vaya a sospechar su hijo que es necesario trabajar para ganarlo.
9.  Satisfaga todos sus deseos, placeres y caprichos para que nunca sepa que las cosas se consiguen con esfuerzo.
10.         Póngase de su parte en los conflictos que vayan apareciendo, piense que todo el mundo está contra su hijo. Eso le permitirá vivir de forma irresponsable e irreal.
Esto me recuerda la anécdota que vivimos todos los años. Cuando empieza un curso, les explicamos a los niños que a partir de ahora deben ser responsables con sus cosas. Que ha llegado la hora de realizar un cambio que demuestre que pueden estar aquí:
A partir de ahora:
1.  Yo soy el que me preparo la bolsa de deporte. Si me dejo algo, la culpa es mía.
2.  Yo soy el que llevo la bolsa porque si no soy capaz de hacerlo es que no merezco estar aquí.
Y la lista de responsabilidades continúa.
A partir de ese momento, suceden anécdotas muy divertidas que demuestran que los niños son capaces de hacer mucho más de lo que nosotros pensamos y que a veces les tratamos como si fueran pequeños y no crecen ni maduran lo que tendrían que crecer por culpa de los adultos pensando que es una forma de quererlos.
Los niños reaccionan muy bien ante estos retos que les exige, en realidad, poco esfuerzo. Por ejemplo,recuerdo el caso del niño que sale del coche y su padre saca la bolsa de deporte del maletero y se la carga encima. Sin embargo, el niño se la arrebata con cara de suficiencia como diciendo, papá, que ya soy mayor para que me lleves la bolsa.
Otro caso parecido es cuando los profesores, que estábamos reunidos a las 8 de la mañana empezamos a observar los niños que iban llegando con la bolsa y los que aparecían con la bolsa cargada por su padre. El primero que llegó, el niño iba primero tan pancho y el padre atrás, con la bolsa cargada. Pero el segundo, era un niño con su bolsa a cuestas y el padre detrás. Los profesores al verlo arrancamos en aplausos. El padre nos miró y nos preguntó cuál era la razón de los aplausos y cuando se lo explicamos , levantó las manos en señal de victoria. Hubo una explosión de aplausos y de risas muy simpáticas. Pero nos quedamos con el dato.
La crisis de autoridad que actualmente vivimos suele tener un efecto perverso, antinatural y bien conocido: la tiranía de los hijos sobre los padres y de los alumnos sobre los profesores.
Puedo comprobarlo todavía en muchos padres esclavizados por sus hijos. Recuerdo el caso de un alumno de 9 años. Edad maravillosa pero también muy peligrosa. Acaba de entrenar y sale del vestuario. Mientras mira a su padre que le pregunta cómo ha ido el entrenamiento, el niño, en lugar de responderle con educación, le alarga el brazo mostrándole la bolsa. El padre, sumiso, se la recoge. Luego, el niño pone cara de enfadado y le dice que quiere un helado. El padre, sin pensarlo dos veces, saca dinero del bolsillo mientras el niño, en ese momento, pone carita de niño mimado. Mientras se toma el helado, el padre se pone a hablar con otra familia y entonces el niño le echa una bronca y le dice a su padre que quiere irse ya. El padre rompe la conversación para salir disparado con su hijo, con la bolsa a cuestas…
La historia puede seguir pero ¿a dónde vamos a parar? ¿qué podemos exigirle luego si está acostumbrado a mandar y a tenerlo todo en su mano sin esfuerzo alguno?
Los niños llegan a nuestras manos con unos hábitos de conducta insuficientes para encarar con éxito su aprendizaje. Cuando la familia educaba, nosotros podíamos encargarnos de enseñar. Ahora la escuela debe hacer las dos cosas y el resultado es que no hace ninguna de las dos bien porque quien mucho abarca poco aprieta.
Nosotros esto lo notamos y se valora mucho el niño que viene educado desde casa. Tenemos el 50% del trabajo hecho y somos capaces de conseguir buenos resultados aunque no tenga unas grandes cualidades como futbolista porque pone esfuerzo e interés por hacer las cosas bien.
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